domingo, 24 de abril de 2011

viernes, 22 de abril de 2011

El Monumento del Jueves Santo



UNA REFLEXIÓN PARA CADA DÍA DE LA SEMANA SANTA 2011

Tenemos la suerte de saber, por el evangelio, lo que hizo Jesucristo cada uno de los días de esta semana. Aquí lo tienes. Es la semana más importante de todo el año. Con cada cosa que hizo y dijo, nos quiso enseñar. Habla con Él de eso.


El jueves, viernes y domingo hay Oficios; aunque el jueves y el viernes no es obligatoria la asistencia, ojalá puedas ir los tres días.

LUNES SANTO (18 de abril)


¿Qué hizo hoy Jesús? Jesús ha dormido en el pueblo Betania, en la casa de Lázaro, Marta y María, de sus mejores amigos. A media mañana sube andando a Jerusalén, que está a unos cuatro kilómetros. En el camino, como es la hora de comer tiene hambre. Se acerca a una frondosa higuera, llena de hojas, pero en la que no hay higos, entonces la secó, por no tener frutos. Al llegar a Jerusalén, va al templo y lo encuentra lleno de comerciantes haciendo negocios, y los echa a latigazos, pidiéndonos que tratemos con respeto a Dios y a las cosas de Dios. Por la tarde pasa por el monte de los olivos, donde estuvo haciendo un rato de oración, y vuelve a pie a Betania.


A lo mejor Dios tampoco encuentra en ti los frutos que Él esperaba. Pídele perdón. ¿Tratas con respeto a Dios y a sus cosas? ¿Cómo te comportas en Misa, en el Oratorio, o en la Iglesia? ¿Haces con cariño las genuflexiones? ¿ Cuando oyes blasfemias pides perdón a Dios interiormente?


Fíjate como Jesús dedicaba todos los días a hacer un rato de oración como tú ahora. No lo dejes ningún día, aunque sea unos pocos minutos.


MARTES SANTO (19 de abril)


Jesús vuelve a Jerusalén. Pasan por el lugar de la higuera maldecida. Al ver el templo, profetiza que será destruído. Los discípulos están tristes porque Jesús les anuncia que dentro de dos días le matarán. Los cristianos, como Él, hemos aprendido a cumplir siempre la voluntad de Dios Padre, por encima de todo. Por ejemplo, Juana de Arco, cuando estaba al frente de sus soldados franceses, en una gran batalla contra Inglaterra, Dios le anuncia que ese día será herida. Entonces una amiga suya le dice que no vaya a pelear. Y Juana le contesta en tono irónico: "sal tú y di a mis generales que Juana de Arco no luchará porque tiene miedo a ser herida". Y salió valerosamente al frente de sus soldados, y fue gravemente herida.


No tengamos miedo de aceptar la voluntad de Dios. ¡Señor, sí, Tú siempre quieres lo mejor para mí! Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero mientras quieras.


MIÉRCOLES SANTO (20 de abril)


Jesús se queda en Betania. Simón, el leproso que había sido curado por Jesús, invita al Señor a comer en su casa, por lo agradecido que le estaba. Mientras están comiendo, entra en la casa una mujer del pueblo llamada María; rompe un frasco de perfume carísimo y lo echa a los pies del Señor. Los besa y los seca con sus cabellos. A Jesús le gustó ese detalle de cariño.


Es entonces cuando Judas busca a los jefes del pueblo judío y les dice: "¿Qué me dais si os lo entrego?". Ellos se alegraron y prometieron darle dinero.


¿Eres agradecido como Simón por las veces que a ti también te he curado de tus pecados? Cada vez, después de confesarte, dale gracias por haberte perdonado.


A Jesús le gustará que hoy tengas algún detalle de cariño con Él, como María. Piensa ahora uno concreto y regálaselo ya.


JUEVES SANTO (21 de abril)



La última Cena. Por la mañana de¡ Jueves, Pedro y Juan se adelantan para preparar la cena en Jerusalén. A la tarde llegaron al Cenáculo. Allí Jesús lavó los pies uno a uno. Luego, sentados a la mesa celebra la primera Misa: les da a comer su Cuerpo y su Sangre y les ordena sacerdotes a los Apóstoles para que, en adelante, ellos celebren la Misa. Judas salió del Cenáculo antes, para entregarle. Jesús se despidió de su Madre y se fue al huerto de los Olivos. Allí sudó sangre, viendo lo que le esperaba. Los discípulos se durmieron. Llegó Judas con todos los de la sinagoga y le da un beso. Entonces, le cogieron preso y todos los Apóstoles huyeron. Lo llevan al Palacio de Caifás, el Sumo Sacerdote. Le interrogan durante toda la noche: no duerme nada.


Hazle tú hoy compañía al Señor, que está solo. Haz el propósito de no abandonarle nunca, y de visitarle con frecuencia en el sagrario.


VIERNES SANTO (22 de abril)


Hoy muere. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, arrepentido, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él. Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro.


¡Dame, Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo un crucifijo y lo beses con frecuencia.


SÁBADO SANTO (23 de abril)


Jesús ha muerto. Todo el día de hoy, su Cuerpo reposa en el sepulcro, frío y sin vida. Ahora nos damos cuenta de lo que pesan nuestros pecados. Jesús ha muerto para redimirnos.


Estamos tristes. La Virgen María también está triste, pero contenta porque sabe que resucitará. Los Apóstoles van llegando a su lado, y Ella les consuela.


Pasa el día unido a la Virgen, y con Ella acompáñale a Jesús en el sepulcro. Haz el propósito de correr al regazo de la Virgen cuando te hayas separado de Él.


DOMINGO DE RESURRECCIÓN (24 de abril)


En cuanto se hace de día, tres mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que no está su Cuerpo. Un Ángel les dice que ha resucitado. Van corriendo donde está la Virgen con los Apóstoles y les dan la gran noticia: ¡Ha resucitado! Pedro y Juan corren al sepulcro y ven las vendas en el suelo. Ahora entienden que Jesús es Dios. El desconsuelo que tenían, ayer, se transforma en una inmensa alegría. Y rápidamente lo transmiten a los demás Apóstoles y discípulos. Y todos permanecen con la Virgen esperando el momento de volver a encontrarse con el Señor.


Desde entonces, todos los cristianos podemos tratar al Señor, que está Vivo. Hoy estamos muy contentos y es momento de darle constantemente gracias a Dios.


Como Pedro y Juan, tú también tienes que preocuparte de que tus amigos sepan que Jesús ha resucitado, y le traten. Pídele esa preocupación.

Texto del P. José Pedro Manglano Castellary

Tomado de Web católico de Javier

lunes, 18 de abril de 2011

Carta Pastoral Semana Santa 2011

Caminando hacia la Pascua

Carta Pastoral Semana Santa 2011


Queridos hermanos todos en el Señor,

A las puertas mismas de la Semana Santa os invito a actualizar y descansar en ese misterio inefable de amor que está en el origen del acontecimiento único que conmemoramos en estos días: "Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Toda la Pasión del Señor tiene como único motivo el amor, el amor de Dios por nosotros hecho visible en Cristo su Hijo. Otra vez es san Juan, el discípulo amado, quien nos lo afirma en su evangelio: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

Durante estos días santos, seguiremos las huellas de nuestro Maestro y reviviremos con Él los misterios de su Pasión. En Jerusalén transcurrieron los acontecimientos cruciales de nuestra fe y es allí donde Jesucristo vive su Pascua, que es nuestra Pascua y la Pascua de toda la humanidad. Jerusalén nos evoca a un tiempo el pasado histórico y el futuro escatológico. Nuestras Hermandades y Cofradías pueden ayudarnos a releer cada una de las páginas de la Pasión e introducirnos en los hechos que se sucedieron como si se repitieran efectivamente ante nuestros ojos. Paso a paso, escena por escena, seguiremos el camino que Jesús recorrió con sus propios pies durante los últimos días de su vida mortal. De este modo, nuestras calles se convertirán en Getsemaní, en el Pretorio, en la Vía Dolorosa, en el Gólgota, en el Santo Sepulcro. Y todo ello con el fin de facilitar una buena celebración de la liturgia de la Iglesia, que hace posible actualizar y vivir en la fe el misterio salvador de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Es precisamente la celebración litúrgica de los misterios de Cristo lo que nos permite unidos en la fe y alimentados por ella, actualizarlos y participar en la gracia que de ellos brota, más allá de la imaginación o el sentimiento que se despierten en nosotros, aunque también éstos tengan su cometido.

El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa. La liturgia de las palmas y los ramos anticipa en este domingo el triunfo de la resurrección, mientras que la lectura de la Pasión según San Mateo nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor.

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide a cada uno de nosotros una actitud de coherencia y de perseverancia. Se trata de ahondar en nuestra fidelidad para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente pero que pronto se apagan. El olivo y las palmas que llevaremos a nuestras casas serán el signo exterior de que hemos optado por seguir a Jesús en el camino hacia el Padre. Esta presencia de las palmas y de los ramos en nuestros hogares es un recordatorio permanente de que hemos vitoreado a Jesús, nuestro Rey, y le hemos seguido hasta la Cruz, de modo que, siendo consecuentes con nuestra fe, sigamos y aclamemos al Salvador durante toda nuestra vida. Que nuestro grito de júbilo no se convierta en el ingrato «crucifícalo» del Viernes Santo sino que, al contrario, la celebración de la entrada en Jerusalén nos estimule a vivir de verdad esta semana de dolor y de gloria. Vivir la Semana Santa significa introducirnos en la Pasión e identificarnos con los distintos personajes, de modo que en ellos descubramos diversas páginas del libro de nuestra propia biografía, lo cual supone descubrir cuáles son los pecados que se dan en nuestra vida, buscando el perdón generoso de Cristo que, como a Pedro, nos mira con ojos de misericordia y nos invita, con los brazos abiertos, a acudir a Él que suplica por nosotros “perdónalos Padre porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Vivir la Semana Santa se nos presenta como una gran oportunidad para detenernos un instante, para pensar en serio, para preguntarnos en qué se está gastando nuestra vida. Se trata de una ocasión única para darle un rumbo nuevo a nuestros trabajos y a la vida de cada día, para mostrarle nuestro corazón a Dios, que nos sigue esperando, y abrirnos a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Es así la posibilidad de participar de la muerte y resurrección de Cristo, de morir a nuestros egoísmos y de resucitar a un amor digno de tal nombre.

Por lo tanto, vivir la Semana Santa es proponerse seguir junto a Jesús todos los días del año, buscarlo allí donde le podemos encontrar, esto es, en la oración, en los sacramentos, en la caridad y de esta manera construir la civilización del amor y de la vida y no dejarse engañar por la hipocresía de nuestra sociedad que, como en tiempos de Jesús, quiere justificar la muerte de los inocentes en el seno de su madre o bien hacer bandera de “guerras caritativas y democráticas” que sólo tienen como causa puros intereses económicos.

Tras la celebración del Domingo de Ramos, el Martes Santo celebraremos en la Catedral la Misa Crismal en la que somos invitados a vivir con alegría nuestra condición de pueblo de Dios que, presente aquí en la tierra, camina hacia la Jerusalén celeste sostenido por los signos sacramentales. A ello nos ayudará la consagración, como cada año y para toda la Diócesis, de los Óleos Sagrados, fuente inagotable de la gracia redentora de Cristo a través de los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, las Órdenes Sagradas y la Unción de los Enfermos.

Con la celebración del solemne Triduo Pascual, llegaremos al momento culminante de esta Semana, la mayor del año para los cristianos. Éste se abrirá con la misa vespertina de la Cena del Señor, día de reconciliación y caridad, memorial de la eucaristía que sirve de pórtico a la Pasión redentora del Señor. En efecto, en la celebración del Jueves Santo, la Iglesia revive la Última Cena de despedida de Jesús y celebra la caridad fraterna por medio de dos gestos muy significativos. El primero –el Lavatorio– de naturaleza testimonial, el otro –la institución de la Eucaristía– sacramental. Todas las lecturas de este día nos evocarán la entrega de Jesús, quien cumpliendo con el viejo rito de la pascua judía (Ex 12, 1-14), ofrece su Cuerpo en lugar del cordero (1ª Cor 11, 23-26) y proclama el mandamiento del servicio recíproco y del amor fraterno (Jn 13, 1-15). En el mismo momento que sella esta Alianza nueva, en esta misma hora, la de las tinieblas, prevista amargamente en Getsemaní, Jesús es entregado por uno de los suyos y abandonado por los demás discípulos.

Es esta entrega, aceptada con amor obediente al Padre y ofrecido a los hombres, la que abre el Viernes Santo, día en que adoramos la Cruz del Señor. En una celebración sobria y austera, aunque no exenta de majestad, nuestras miradas se centran en la inmolación del “Cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) y en la señal de su muerte redentora: la Santa Cruz. La acción litúrgica de este día quiere concentrar la atención de los fieles sobre todo por el misterio de la Cruz. La adoración de la Cruz por todo el pueblo, precedida de la ostensión a toda la asamblea: «Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo» es tradicionalmente acompañada por el himno Crux fidelis:

“¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol, donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!»

La alusión al árbol del paraíso nos recuerda que si el fruto de aquel árbol produjo la muerte, el fruto de este precioso Árbol es la Vida misma que de él pende. Los Improperios, por su parte, apuntan al misterio de la glorificación y de la divinidad de Jesús, que muere herido de amor y lleno de ternura hacia su pueblo.

Tras la adoración de la Cruz entraremos, durante el Sábado Santo, en la meditación del profundo misterio de la muerte de Cristo. Si el Viernes Santo nos permitía contemplar aún al Traspasado, colgado de la Cruz, exhausto de amor, el Sábado Santo es un día “vacío” litúrgicamente pues la pesada piedra de la tumba oculta al Muerto: todo parece haber terminado, la fe aparentemente parece reducirse a una mera ilusión o un ciego fanatismo. A última hora ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su Hijo y que, obediente hasta la muerte, todo lo había puesto en sus manos.

En este Sábado hondo y silencioso –a medio camino entre el dolor de la Cruz y el gozo de la Pascua– los discípulos experimentan el silencio de Dios, el abatimiento de su aparente derrota, la dispersión debida a la ausencia del Maestro, que a la vista de los hombres parece estar, uno más, definitivamente prisionero de la muerte. Todo esto junto a la vergüenza por haber huido y renegado del Señor hace que se sientan traidores, incapaces de afrontar el presente.

¿No es éste, de forma especialmente trágica, una representación de nuestros días? ¿No comienza a convertirse nuestro tiempo en un gran Sábado Santo, en el día de la ausencia de Dios, en el cual incluso a los seguidores de Cristo se les produce un gélido vacío en el corazón y se disponen a volver a su casa, camino de Emaús, avergonzados y angustiados, sumidos en la tristeza y la apatía por la falta de esperanza, sin advertir que Aquél a quien creen muerto se halla entre ellos? ¿No es la ausencia de esperanza la enfermedad mortal de las conciencias en esta época signada por el rechazo a Dios y la exaltación del materialismo relativista y hedonista? Incluso en los discípulos podemos reconocer la desorientación, las nostalgias, los miedos que caracterizan nuestra vida de creyentes en el escenario de la dictadura del relativismo.

Pero en este Sábado Santo se otea el resplandor de la vigilia y se nos invita a vivirlo con María, con la Iglesia, que vela en la espera, alentada por la certeza en las promesas de Dios y por la esperanza en la potencia divina que resucita a los muertos. Mirando a María, descubrimos que frente a la indiferencia y a la frustración, a la exaltación del puro goce del instante y sin espera de futuro, el único antídoto posible es la esperanza. Pero no una esperanza que se asienta en cálculos, previsiones y estadísticas, sino en aquella otra que tiene su único fundamento en la fidelidad de Dios.

Esa es la gran luz que nos traerá la celebración de la Resurrección gloriosa del Señor en la Vigilia Pascual. La fe en el Misterio Pascual de Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación nos constituye ante el mundo en testigos de esperanza con nuestras palabras y con nuestra vida. Mirando a Jesús y a María, su Madre, podemos argumentar ante la increencia de la cultura actual que la verdadera fuerza del hombre se manifiesta y se realiza en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo a loas y amenazas, a incomprensiones y chantajes e incluso a la persecución más dura y cruel. Por este camino, nuestro Redentor nos llama para que resistamos “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2,7) para poder así ser lo que Jesús espera de nosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo" (cf. Mt 5, 13-14).

La liturgia de la Vigilia Pascual y del Domingo de Resurrección que viviremos, nos hace contemporáneos, con toda la Iglesia, de la gran victoria de la Cruz. Cristo resucita y su triunfo sobre la muerte supone un acontecimiento actual, no un mero recuerdo del pasado. A todos se nos invita a introducirnos con Cristo en su propia Pascua, en su propio paso de este mundo al Padre. Y de este modo se nos ofrece sumergirnos de nuevo en el misterio de nuestro bautismo y renovar de esta manera nuestra pertenencia a Cristo glorioso, a celebrar el signo más luminoso del Amor de Dios por sus criaturas.

La Iglesia velará vigilante para celebrar el triunfo del Amor sobre el egoísmo, de la Luz sobre las tinieblas, de la Vida sobre la muerte. En el silencio de la Noche Santa, Cristo Resucita, sale vivo del sepulcro, resucitado para siempre, levantado victorioso de entre los muertos. Luz de luz, Dios de Dios, Vida de la Vida que invade la entera existencia humana. Como las santas mujeres llevaremos el anuncio de la Buena Noticia de que Cristo está vivo porque, como ellas, recibiremos el anuncio de los ángeles, lleno de un gozo desbordante: “¡Ha resucitado!”. En el sepulcro ya no domina la muerte, sino que sobre ella reina la Vida y quienes, como la Magdalena, lo hemos visto y le hemos oído llamarnos por nuestros nombres, tendremos ocasión de renovar nuestro sí y seguirlo por el camino que va de la Cruz a la gloria.

Dios está vivo no en el pasado, sino en el presente y su amor es más fuerte que todas nuestras muertes. Desde este momento es posible vivir la caridad conyugal, capaz de motivar la respuesta a la vocación matrimonial y la fidelidad a la alianza sellada en el sacramento nupcial. Ahora podemos beber de un amor de gratuidad, alimentado en los torrentes de la gracia y que hacen posible la donación, el servicio y el sacrificio personal para que la familia sea vivida como lugar de libertad, de crecimiento, de verdad. La victoria sobre la muerte abre la puerta para afrontar el desafío de la crisis de las relaciones conyugales y familiares y superarlas mediante el perdón recíproco repetido y la solicitud de la caridad inspirada por el Evangelio. A la luz de la Resurrección es una realidad la iluminación de multitud de vidas consagradas a Dios para servir a los hombres, viviendo en castidad, pobreza y obediencia. Ahora será posible, en una sociedad secularizada, mantener vivo el sabor de los cristianos, el buen olor de Cristo y proponer ante un mundo hedonista la sabiduría de la Cruz sublime cátedra de verdad y de amor.

Preparémonos para escuchar la Buena Noticia que resonará como himno de victoria: ¡Cristo ha resucitado¡ La muerte y el mal no tienen la última palabra, sino la Verdad y el Bien, Dios mismo. Dispongámonos a entrar en este tiempo de alegría y de fiesta, entonando con fuerza el canto solemne del Aleluya pascual.

A la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la primera, según piadosa tradición, en ver a su Hijo resucitado, le encomiendo a cada uno de vosotros, sus hijos, para que por su poderosa intercesión os conceda la gracia de experimentar en la propia vida la resurrección gloriosa de Cristo, que es también la nuestra. ¡Feliz Pascua de Resurrección!


+ José Mazuelos Pérez

Obispo Asidonia-Jerez

Pregón Semana Santa 2011

El pasado domingo de Pasión tuvo lugar en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán, el pregón de Semana Santa de Bornos 2011, a cargo de Luciano Lobo Marchán, abogado y componente de la junta de gobierno de la Hermandad del Santo Entierro.

Resultó un pregón muy emotivo, cargado de vivencias y experiencias personales.

Presentó al pregonero Mª Josefa Martínez, antigua maestra de Luciano, que resaltó su trayectoria tanto en su etapa escolar como en su vida religiosa.

El pregonero hizo referencias a sus vivencias más personales, desde que comenzara su andadura religiosa como monaguillo, catequista y colaborador parroquial.

Muy emotivas fueron también las menciones a su familia y muy especialmente a sus abuelas.

También Luciano realizó una bella semblanza de las distintas estaciones penitenciarias de Bornos y Coto de Bornos, intercambiando alocuciones en narrativa y verso.

El pregonero se encontró arropado por su familia y acompañado por los párrocos de Bornos D. Luis Piñero, y Coto de Bornos D. Justiniano Cuadrado así como el alcalde, Fernando García, y miembros de la Corporación municipal. En su faceta profesional de abogado, se encontraban asimismo presentes la Sra. Decana de la Facultad de Derecho de Jerez y su profesora de Derecho Canónigo: Representantes del Consejo Parroquial y de diferentes hermandades de la localidad, así como numerosos fieles, no dejaron escapar la ocasión de disfrutar del emotivo pregón de Luciano Lobo, quién recibió las felicitaciones de los asistentes que elogiaron su retórica y sentir devoto.





viernes, 8 de abril de 2011

Reflexión para el QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (10-4-2011)

La historia de Lázaro coloca la resurrección en el punto de mira. La resurrección de Lázaro es la manera en que Cristo dice “Soy la Resurrección, ¿crees esto?”. Es el momento en que la comunidad cristiana abandona todas sus esperanzas en Cristo.

Juan 11, 1-45: "Yo soy la resurrección y la vida"

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron decir a Jesús:
«Señor, tu amigo está enfermo».
Al oírlo dijo Jesús:
«Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Por eso Jesús, que amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro, al enterarse de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días donde se hallaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección del ultimo día».
Jesús le dice:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó:
«Sí, Señor: creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús, muy conmovido, preguntó:
«¿Dónde lo han enterrado?»
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar y los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba que era una cueva cubierta con una losa.
Dijo Jesús:
«Quiten la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días».
Jesús le dijo:
«¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«¡Lázaro, ven afuera!»
Y el muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo:
«Desátenlo y déjenlo andar».
Y muchos judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

5º DOMINGO DE CUARESMA

lunes, 4 de abril de 2011

CARTEL SEMANA SANTA 2011


Hoy Lunes, se ha presentado el cartel anunciador de la Semana Santa de Bornos 2011. El autor del cartel ha sido Manuel Ruiz González, quien desinteresadamente, como viene siendo habitual, ha utilizado una instantánea de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Esta foto fue tomada en la Procesión de esta Hermandad del año 2006 y tiene de peculiaridad que la Estación de Penitencia salió del Templo Parroquial y no fue en dirección de la calle San Sebastián para subir la tradicional cuesta de Villalón por encontarse de obras. Esperemos que el cartel sea del agrado de todos los vecinos de Bornos y represente de la manera que se merece a nuestra Semana Mayor.

domingo, 3 de abril de 2011

Reflexión para el CUARTO DOMINGO DE CUARESMA (3-4-2011)

El milagro de la curación del ciego muestra que Cristo no sólo quiere curar físicamente, sino también iluminar los rincones oscuros de las vidas de las personas. A través de esa luz de la verdad llama a todo el mundo a vivir como “hijos de la luz”.

Juan 9, 1.6-9.13-17.34-38: "Fue, se lavó y volvió con vista"

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un ciego de nacimiento. Escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego, y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé» (que significa “Enviado”).
El fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, comentaban:
«¿No es ése el que se sentaba a pedir limosna?»
Unos decían:
«Sí, es el mismo».
Otros, en cambio, negaban que se trataba del mismo y decían:
«No es él, sino uno que se le parece».
Pero el ciego decía:
«Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, pues en un sábado Jesús hizo lodo con su saliva y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
El les contestó:
«Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo».
Algunos de los fariseos comentaban:
«Este hombre no puede venir de Dios, porque no respeta el sábado».
Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos, y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
El contestó:
«Que es un profeta».
Le replicaron:
«¿ Es que pretendes darnos lecciones a nosotros, tú que estás lleno de pecado desde que naciste?»
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
«¿Crees en el hijo del hombre?»
El ciego preguntó:
«Y quién es, Señor, para que crea en El?»
Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: es el que está hablando contigo».
Entonces el hombre dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante Jesús.

4º Domingo de Cuaresma